Refrán clásico en el que se critica uno de los siete pecados capitales, la avaricia o afán por atesorar riquezas. En general, por avaricia entendemos cualquier afán por tener más de algo, empeño que nos puede llevar a quedarnos sin nada, como señala el refrán.
Este refrán puede usarse tanto para indicar el porqué de la mala fortuna, como para advertir de que debe cejarse en el ansia por conseguir más de algo.
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