Este refrán pone en cuestión la valía de los atributos físicos a la hora de utilizarse para las cosas prácticas de la vida, en particular para trabajar y ganarse la vida. Si bien las personas bellas son agradables de ver y de estar con ellas, nadie paga por eso sin más y se dice esto para recordarles que también han de trabajar como cualquier otro. Este se usa también por las personas acusadas o sospechosas de haber ascendido o logrado un trabajo por su físico, para indicar que no es este su único mérito y que también se lo han sabido ganar.
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