No hay rico que entienda a un pobre es una sentencia que usamos para explicar el obrar de las personas poderosas, ocupadas tal vez en grandes asuntos pero incapaces de entender las necesidades que la vida diaria depara y de hacer nada para ayudar al común de la gente. Si las leyes son dictadas por personas que no conocen todos los puntos de vista difícilmente podrán satisfacer a los gobernados.
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