Es este un refrán pesimista que presupone que todos los días tenemos al menos un motivo para entristecernos y que no pasan sin darnos alguna pesadumbre. La vida se compone de todas las cosas, las buenas y las malas y, si estamos esperando que estas últimas aparezcan, sin duda las encontraremos, pero igualmente no hay día en el que no tengamos algo por lo que alegrarnos.
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